23.9.10

EL HOMBRE DESNUDO por Iván Méndez

¿Sabías que la tradición masculina de llevar zarcillos es muy antigua? se usaban para distraer a los demonios, que intentaban colarse en el cuerpo por la oreja. “Se consideraba que el canal auditivo era especialmente vulnerable y había que protegerlo. No podían bloquearlo porque eso hubiera dificultado la audición, de modo que lo más parecido a ello consistía en colocar algo precioso, algún pequeño tesoro de oro o plata. La idea suponía que cuando el demonio avanzara furtivamente hacia la oreja (…) o se distraería con su belleza, o le repelería su magia metálica”.

El párrafo citado es un extracto del libro “El hombre desnudo” y tiene más de conversación, de cotilleo intraespecie, que de sesudo tratado científico. Ese es el tono que adopta el zoólogo británico Desmond Morris (1928), quien cautivó al mundo en 1967 con un best seller antropológico, “El mono desnudo”. Pasados los años, Morris de dedicó a escribir sobre especies más amigables (“Días con animales”, “Observe a su gato”, “Observe a su perro”, “El caballo”), pero en los noventa enfocó, nuevamente, su aguda mirada en nuestra especie: “Cómo es su bebé” (1996), “El animal humano” (2002), “La mujer desnuda” (2005), entre otros.

24 cortes
Desde el capítulo 1 (“La evolución”) hasta el 24 (“Las preferencias”), el análisis de Morris es más el relato de un conocido en una tasca, en la cual lo narrado, provisto de ciertos datos fácticos, está siempre bajo sospecha. Además, para los más detallistas, el autor cita y no coloca notas a pie de página, aunque al final del libro nos entrega un listado de las obras que consultó por tópico explorado (“las nalgas”, “el pene”, “el cabello, etc). Pasadas unas páginas, Desmond es un amigo que nos permite conocernos aún mejor, confirmar o negar prejuicios y, por qué no, también lo consideramos un bocón que le está contando un montón de cosas de nosotros a mujeres que, de otra manera, nunca se habrían enterado.

El macho redundante
Si eres mujer, espera unas líneas antes de salir a comprar el libro, pues Morris tampoco se calla cuando el asunto es desnudarlas a ustedes. Por ejemplo, aborda el asunto de las feministas y su hipótesis del “macho redundante”, que en los sesenta indicaba que las hembras gozan más con sus orgasmos clitoridianos y que la fertilización artificial las liberaría de los hombres, “además de librar al mundo de los elementos destructivos de la psique masculina, este guión radical también eliminaría los elementos constructivos. Se inventaría mucho menos, las mujeres lo considerarían arriesgado. Se realizarían menos proyectos centrados alrededor de una meta a largo plazo, que tanta tiempo requieren, si se comparan con las exigencias de la vida social y familiar del día a día”.

Desnudando al hombre

Cachos con hijos: En más de un 16% de los matrimonios monógamos británicos, el padre biológico no es el “marido”. En Estados Unidos, el instituto Max Planck indica que “el índice de falsa paternidad en los matrimonios monógamos estables va de uno a cuatro de cada diez con el primer hijo a uno de cada cuatro con el cuarto”.

Calvos: uno de cada cinco hombre será calvo. El proceso empieza luego de la adolescencia y, a los 30 años, el 20% sabe lo que le espera. En promedio, un cabello puede vivir seis años, por lo que un adulto pelo liso que no se lo corte podría tener una melena de unos 106, 6 centímetros.

Fumadores: Cuando los niños necesitan reconfortarse y ya no tienen a disposición el pezón materno, acuden a su dedo pulgar o a chupetes artificiales, “chupetear una pipa o la punta de un cigarro no son más que formas adultas de chuparse el pulgar, con la ventaja añadida de que se obtiene algo caliente”.

Homosexualismo: la mayoría, según Morris, son chicos que se quedan en “la fase de punto muerto”, esa etapa de la niñez signada exclusivamente por el juego entre varones.

Los testículos: en un 65% de los hombres el testículo izquierdo está más bajo que el derecho. La iglesia católica, en su rechazo a la presencia de mujeres en sus coros, creó la figura de los “castrati” niños a quienes se les amputaban los testículos para que no les cambiara la voz en la pubertad. Esa práctica duró del 1500 a 1870. Hasta 1913 sobrevivió el último castrati en un coro de iglesia. La cultura hindú todavía practica la castración, se presume que los “hijras” (castrados) alcanzan el millón y viven de mendigar y de bendecir en bodas, bautizos y otros actos de ese tipo.

Escupir para los dioses: “en la antigüedad se consideraba una manera de ofrendar a los dioses. Como el escupitajo sale de la boca, creían que tenía parte del alma de quien escupía. Al ofrecer esa preciosa partícula a sus protectores sobrenaturales, el hombre recababa favores”.


Iván Méndez
imendez@opinionynoticias.com
Twitter: @ivanxcaracas