Otomano, abandonó la India y se instaló en el París ocupado donde murió en la miseria poco después de dar a luz. Zahr, adoptada por tres familias diferentes durante su infancia, fraguó en su interior la amargura de un desarraigo abonado por quienes trataban de mantenerla alejada de su verdadero padre, el rajá indio de Badalpur.
Esa niña solitaria y triste creció ajena a sus orígenes y cuando, al cumplir 21 años, pudo viajar a la India para reunirse con su padre, descubrió un país desconocido en el que, sin embargo, vio reflejada una parte de su ser. Buscó la aceptación y transigió al rigor de unas costumbres atávicas que le exigían sumisión y obediencia. Renunció a su libertad y llegó a sentirse feliz. Hasta que una noche, en un hotel de Calcuta, esa idolatrada imagen paterna se hizo añicos y Zahr huyó de su lado como tiempo atrás lo hiciera
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